miércoles, 21 de abril de 2010



CRÓNICA PUBLICADA EN EL DIARIO CRÍTICA

NAHUEL GALLOTTA

Leandro llama al reducidor y pregunta qué necesita, qué le compran en el momento. Agarra la pistola, se sube a la moto, se pone el casco y va en busca del auto encargado. Lo ve, lo encañona y lo roba. La víctima queda siempre abajo, así en la causa no hay privación ilegítima de la libertad. Maneja él y su compañero va atrás en la moto, por las dudas de que el satélite corte la marcha y haya que escapar. A las cuadras estaciona y se va en la moto. Es recién ahí cuando Leandro siente que el auto es suyo, y que no perdió; a lo sumo se lo gana la policía, pero él no cae preso.

Ahora viene lo más difícil, la ansiedad, el rogar para que el auto se transforme en plata y valga la pena haber salido de caño. “Calculá que de cada cinco autos que robo, termino vendiendo uno. Cuando los voy a buscar, no están casi nunca, o está la camioneta que recupera los autos robados o el patrullero. Nos mató LoJack y todo eso”, cuenta Leandro, 21 años, pelo cortito duro de tanto gel y zapatillas de resortes que salen 500 pesos. La entrevista se desarrolla en un lavadero de autos de la avenida Beiró, en Devoto.

Durante la primera mitad de 2009, la cantidad de vehículos robados en todo el país subió un 14,8% con respecto al mismo período de 2008. Los robos más denunciados corresponden a los Fiat Duna, Uno y 147 y Volkswagen Gol. Además, se estima que el 30% de los homicidios ocurren en ocasión de robo de automotor.

CALLE WARNES. Los que Leandro puede vender en Warnes –en provincia dice que se cotizan menos– se los pagan más o menos así: un Bora $ 6.000, una Toyota Hilux $ 10.000, un Peugeot 206 $ 3.000. Lo mínimo fueron $ 800 por un Suzuki Fun. Los deja en las calles adyacentes y cobra apenas entrega la llave.

–¿Es negocio robar autos?

–Sirve si no tenés un mango, o si levantás siete autos en un día y te quedan tres. Si recién empezás, sirve porque con eso podés comprar pistolas y un auto para salir a robar. El negocio grande es del que te lo encarga y lo desarma. Con el frente del auto ya recuperan lo que me pagaron.

Los locales de autopartes se instalaron a partir de la década del 50. Los dueños viajaban a Estados Unidos a comprar lo que allá era chatarra; pagaban 750 dólares por un motor que acá vendían a 2.500 dólares. La mercadería volaba. Cada negocio traía cien contenedores por mes y había trabajo para todos. A partir de 1985 se expandieron a las calles paralelas y a las que cruzan Warnes. Existía la venta de autopartes de procedencia ilegal pero era lo mínimo; apenas se escuchaba hablar del tema. Los desarmaderos legales se llamaban “Chacaritas”. Luego empezaron a viajar a Chile por los precios de los motores japoneses. Era un negoción hasta que en 1993 Domingo Cavallo, entonces ministro de Economía, firmó un decreto que prohibió la entrada del usado. Algunos comerciantes se volcaron a vender mercadería nueva; otros a las reparaciones. Con la crisis de 2000 se inauguró el negocio de los autos robados; a la vez llegaron a la zona de Warnes los desarmaderos bravos de Ruta 8, San Martín, José León Suárez. Fueron cinco años desguazando autos en la vereda, como si nada.

En los plasmas del bar de Warnes al 1100 Racing pierde con Ñuls y el mozo se ríe de lo que sería el equipo si lo hubiese agarrado el alemán Lothard Mattheus. José llega puntual; trabaja en la zona desde 1978. Lo mejor de la charla empieza cuando confía en que no se revelará su nombre verdadero.

–El 60% es autorrobo; es mentira lo del aumento. Pasa que, por ejemplo, se te rompen los inyectores de un Renault Clío y te salen 8.000 pesos. Conviene darlo por robado para cobrar el seguro. El tipo que se queja de la inseguridad viene a buscar repuestos acá. Pero está magnificado: esto no es un antro de delincuencia como se cree –dice–. Los que tienen flota de taxis son de decir “todo lo que te entre de Fiat es mío, llamame”. Los mecánicos hacen su negocio: vienen, buscan un repuesto usado y se lo pasan al cliente como nuevo. Del interior hay llamados pidiendo repuestos. A nadie le importa de dónde vienen, eso acá no se pregunta. Un tipo que compró una camioneta BMW valuada en 150 mil dólares llamó y gastó 25 mil pesos en un repuesto; se ahorró 20 mil. Acá se consigue todo.

Cada vez que a José le preguntan dónde trabaja escucha el “uh, debés ser un garca bárbaro”. Le da bronca. “Decreció el 95% lo ilegal. El 90% siempre fue gente que hizo las cosas bien”, asegura.

RECORRIDA, PARTE I. El bar cierra. No queda casi nadie en Warnes. Sólo hay persianas bajas y mugre, algún perro que nunca tuvo dueño, cartoneros, el cementerio con las pintadas políticas, los que piden monedas para comprar pasta base en la villa de la estación Paternal.

José invita a una vuelta en auto para mostrar la zona. Cuenta que algunos hicieron mucha plata, se rescataron y ahora hacen las cosas bien. Habla del viejo Parmesano, que llegó a tener veinte galpones y murió preso. Dice que nadie en todo el país cortó tantos autos. En 1993 llegó a poner 150 mil dólares de coima y zafó.

Otros que cayeron son unos muchachotes de Del Viso que tenían el local por Paisandú y desguazaban lo que ellos mismos robaban. Vivían como narcos: mansión con cámaras de seguridad, paredes altas, sala de juegos, Mini Cooper y 4x4.

“Del 900 hasta el 1200 es todo accesorios, tuneados, estéreos, polarizados y especialistas en marcas; 1500 al 1700 tenés los reparadores de transmisión, lo usado. Ese sector es el más bravo, el de Dorrego para allá”, dice.

Hoy, alquilar un local en la zona cuesta entre 6.000 y 15.000 pesos mensuales.

En Warnes está la Comisaría 29ª. También Sustracción de Automotores y Asuntos Internos. Enfrente a una parilla hay un local de tres hermanos que, según José, tienen yate y cuenta de 12 millones de dólares en Miami. Ponían de coima entre 30 y 50 mil pesos por mes; nadie sabe qué problema hubo que les allanaron el negocio. Les encontraron 60 camiones con autopartes robadas. Tres meses después volvieron a la misma calle, en el mismo local y con el mismo arreglo.

CARÁTULAS. Pablo usa reflejos y la chomba adentro del pantalón. Pasó los 30 años y lleva 16 meses en la Unidad 48 de San Martín por un Volkswagen Golf. Lo robó en Ciudadela y se le apagó a las cuadras. Se trabaron las puertas y quedó adentro. Con la pistola le dio algunos culatazos a los vidrios, pero ya estaba rodeado. Hoy es día de visitas y todo está tranquilo. Esto no parece una cárcel. Los nenitos corren a sus papás. La cumbia suena bajito. Hay más mujeres que hombres. Están las esposas, mamás y hermanas cargadas de bolsas con mercadería. Desde el patio se ven las aulas con las tablas de multiplicar y pósters con dibujos de Fontanarrosa. Los presos ofrecen calentar el agua y la comida, preparan las mesas para los visitantes.

–Es un bajón caer por un auto. Además, si robás un espejo, una rueda o un estéreo, la causa también es robo automotor. Te respetan por esa carátula pero depende mucho del auto por el que caíste. No es lo mismo un Audi que un Fiat Uno –comenta. Muchas veces se quedaba con autos un par de semanas para ir a la villa a comprar droga, o al boliche, o a robar otras cosas. Pablo prefiere salir de caño en uno trucho para que el suyo, el legal, no quede marcado. “Yo al revés –aclara Leandro–, me gusta ir en uno con papeles porque si te para la policía podés chamuyar, si tenés los fierros bien guardados. Con uno trucho no frenás y se arma una persecución. Si el auto está limpio lo terminás recuperando, por más que esté secuestrado un tiempo si caés en cana, y no te queda la causa de automotor que es jodida”.

–¿Qué se siente robar y saber que el negocio lo hace otro?

–Te sentís rezarpado, porque ponés el pecho y arriesgás tu vida y tu libertad, y el reducidor cuadruplica la ganancia. Después están los que hacen mellizos y te cambian un número de chasis y te cobran 3.000 pesos. Y el que te hace los papeles con cédula verde y patentes a nombre de un muerto para que circules; lo que no podés es transferirlo. En Morón cobran 2.000 pesos ese laburo –responde Pablo, el que está preso.

En un taller de José Ingenieros Sergio reniega con un Renault Laguna; tiene cinco autos, vive de la compra y venta y dice que Pablo y Leandro pierden autos porque no saben trabajar: “Existe un aparato que detecta el satélite. Es como esos detectores de metales que te pasan por el cuerpo cuando entrás a un boliche. Ahí te das cuenta dónde está el aparato, lo desarmás, lo sacás y el auto es tuyo; con eso trabajan los piratas del asfalto también”, revela.

Sergio hace “ponchos”. Poncho es comprar un auto chocado a monedas, ponerle los repuestos de uno robado y venderlo como si fuese superlegal. Tiene un contacto en una compañía: con ese amigo compran camionetas destrozadas y al mes hacen la denuncia de robo; la hacen desaparecer y cobran el seguro al precio de una en estado impecable. Opina que el negocio no es como antes: “Está jodido, en Warnes y en provincia también. Casi que se terminó lo de las camionetas a la Triple Frontera porque a los gendarmes no los podés coimear; nada que ver con la policía. Alguna que otra 4x4 entra a Bolivia y se cambia por cocaína de la pura”.

RECORRIDA, PARTE II. Se termina la Coca en las mesitas del lavadero de autos de la avenida Beiró. Leandro pregunta si la gente que pasa por aquí se imagina que él está dando una entrevista sobre el robo automotor. Propone subir a la moto y señalar a quién robaría. Aclara que “nunca les robo a las mujeres para no hacerlas pasar un mal momento, aunque a una vieja de plata en un Bora podría ser”. Dice también que con los que disfruta es con los chicos de su edad, “que se hacen los cancheritos por andar en autazos que jamás podrían comprar si no fuera por la guita del viejo”. Cuenta que la gente que le compra autos le enseñó que las patentes más nuevas no tienen alarma satelital, hay que esperar cuatro meses para instalarla, y entonces mejoró: ahora son más los que cobra que los que pierde.

Por la calle Simbrón, un Siena entra al garaje de una casa. “¿Ves? Ése se regaló”, marca. En una esquina señala a un adolescente con música a todo volumen en un 206.

–¿Viste que hay estadísticas de calles con más robos? Simbrón es una de ellas…

–No les créas nada, amigo –se ríe a carcajadas–, eso es casualidad. Yo me subo a la moto y apenas cruzo el auto que busco lo robo, no me importa la calle. A los autos que roba los deja “dormir” en estacionamientos de supermercados, pasajes y calles con edificios altos. Dormir significa dejarlos para ver si tienen alarma satelital. La mayoría tiene y los recupera el dueño. Entonces le da más bronca, sale a buscar otro; no para hasta cobrar uno. Tiene días: hubo uno que robó tres y no vio un peso. Y otro que pudo vender los cuatro que levantó en doce horas. Ese día hizo 18 mil pesos por un Bora, un Passat y dos Peugeot 206. La plata que levanta se le va rápido: en jodas, cocaína del Bajo Flores, bailantas, ropa y puteríos. Lo más estúpido que compró, dice, fueron dos pelotas Nike para jugar con sus amigos al fútbol-tenis en el pasaje donde vive.

CONTROL. Antes era fácil. Se abría la puerta, se rompía el tambor y se hacía puente con los cables. En tres minutos te llevabas el mejor auto andando. La llave codificada complicó las cosas: aumentó los robos de caño. Y los homicidios.

“Se mata porque los pibes salen empastillados a levantar un auto. Esos pibes son malditos, ni siquiera lo venden; lo usan para dar vueltas y tirarlo por ahí. Si vos tenés el arma, tenés que saber manejarlo al tipo. Mandás vos, jugás con su miedo. Si la sabés llevar, no se te retoba nadie. Esta generación de chorros no existe. Mata y no piensa. Piensa sólo en el paco”, opina Pablo.

Ahora hay más control que nunca antes. En 2006 se creó el Registro Nacional de Desarmaderos. Se realizan tres operativos por semana en locales elegidos al azar. Todos los repuestos tienen que tener un sticker que indique su procedencia. Los ilegales se guardan en galpones que pueden estar en provincia, o en los alrededores de Warnes con un cartel de alquiler o venta para no llamar la atención. Muchos de los que se dedicaban al negocio de los ilegales se fueron. Otros están perseguidos. Ahora se trabaja pidiendo una seña y al día siguiente se trae el repuesto del galpón. La protección de la 29 se limita a la jurisdicción de la comisaría, así que si se viene del Gran Buenos Aires con el pedido hay que andar con cuidado.

–El 90% trabaja por derecha. El resto es gente que no tiene cabeza empresarial. Siempre hay un mercado negro. Decreció pero hay. Y va a haber porque los repuestos salen muy caros y está todo arreglado con la policía –afirma José. Y también porque hay y habrá clientes, que muchas veces son los mismos que se quejan por la inseguridad.

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